jueves, 2 de julio de 2009

Lamentos De Café Y Sangre

Tanto porque vivir, miles de razones dominan mi pensamiento, quiero seguir de pie de frente a la adversidad; pero…

Afuera se escucha el ruido del primer bus que entra al pueblo proveniente de Santa Ana, la voz pintoresca del panadero avisando que trae mercancía recién horneada, el mercado también ha despertado, el olor del café con pan dulce se entremezcla en los alrededores de un pueblo muy unido a este hábito matutino.

Cinco campanadas, esa es la señal, cinco campanadas

En una calle cercana al centro del pueblo un hombre camina un poco apurado, tiene que ir a tomar el bus, lleva un cigarro en su mano, el cual sostiene con dificultad debido a que también va tomándose un café negro, mientras en la otra mano lleva una bolsa con piezas de pan, al pasar frente a una casa da un buen trago de café el cual parece disfrutar mucho e inmediatamente un jalón a su cigarro mientras sigue a paso presuroso, el aroma fusionado en el aire penetra la ventana de la casa.

Dentro de la casa una mujer se despierta abruptamente, el olor que entra por la ventana hace que se siente a un lado de la cama, ella contempla el amanecer desde su ventana, su hijo entra al cuarto un poco molesto diciendo a su madre: -“Buenos días, me tenías preocupado, la próxima vez avísame cuando salgas, mas en este pueblo que no conozco”-. Pero su madre no le pone atención, ese olor la perturba, inhala fuertemente, se mantiene quieta y de repente…abre bien sus hermosos ojos color avellana y se repite en voz alta:

-“Calles rojas impregnadas de los primeros rayos del sol, arboles llorones bailaban con el viento suave y apacible, casas humedecidas por la lluvia de la madrugada y un cielo gris con ganas de seguir sollozando. Era una mañana de julio, apenas las 5:30 am en el reloj de la iglesia del pueblo, ese era el escenario que pintaba un retrato en la memoria de quien se atreviera a verlo a esas horas cuando el pueblo comenzaba a despertar de su descanso, lo recuerdo como si fuera ayer…y ese olor, detesto ese olor”-.

Su hijo la mira fijamente, le sorprende que su madre se haya quedado con la mirada perdida, y sus manos apuñadas, empezaron a temblar. Inmediatamente él le dice: -“Mamá, ¿Qué acabas de decir?, ¡mirame mamá!, ¡hey!”-. Su madre giró su mirada hacia la preocupada cara de su hijo y le dijo: -“Mauri, hay algo que debes saber, hay algo de mi pasado que aun no conoces, creo que ahora que eres mayor debes conocer la historia olvidada en nuestra familia, recuérdala porque será la primera y la ultima vez que te lo diré, espero que esto sea lo más triste que tenga que decirte mientras me quede vida”-.

Era esta misma ciudad; pero en sus afueras se encontraba una finca, La Joya ese era el lugar, era la finca que cuidaba mi abuela y toda su familia trabajaba ahí, era la cima de una colina donde se encontraba, desde ahí mirabas todas las montañas llenas de café, eran cafetales y cafetales hasta donde te alcanzaba la mirada, recuerdo que una niña corría por su amplio patio, recuerdo ese inmenso jardín con flores por todos lados, habían geranios, rosas, margaritas, gladiolas, jazmines, también había una flor muy grande de color rosado con blanco que por alguna extraña razón siempre se desaparecían sus flores, cuando le pregunté a mi madre porque se desaparecían ella me dijo que los hombres del pueblo la usaban para hacer un té que solo bebían hombres sin rumbo fijo en sus vidas porque con ese té podían ver fantasmas, claro en aquel momento era muy inocente para entender las palabras de mi mamá, realmente era florifundia; pero eso no es importante en este momento. Recuerdo que en ese jardín estaban las flores preferidas de mi abuela, eran hortensias.

Ese día un vecino de otra finca llegó con una cara desencajada y olor a alcohol a buscar a mi madre; pero encontró a mi abuela, ella muy enojada por el estado del señor lo salió a recibir al portón de la finca, yo me quedé viendo desde atrás de un árbol de guindas que quedaba cerca de la entrada, cuando ese hombre me miró fijamente a los ojos, me saludó con una sonrisa temerosa que se borró al ver a mi abuela ir hacia el, no pude oír lo que le dijo a mi abuela; pero la cara de mi abuela lo dijo todo, mi abuela inmediatamente se elevó su mano izquierda de manera que tapaba su boca y con su mano derecha sobre su frente miró al cielo, respiró profundo y procedió a abrir el portón, dejando pasar al señor, los dos se dirigieron a la casa, yo mientras tanto los seguía con la mirada porque tenía miedo de acercármeles, mi abuela tenía muy mal carácter y le desagradaba que la gente anduviera haciendo preguntas.

Entraron a la sala, mi abuela llamó a mi mamá, la sentó frente al hombre, mi abuela le dijo que el tenía algo muy importante que decirle, mientras tanto yo me asomé por una de las ventanas de la parte de atrás para que no me fuera a regañar mi tía Bea, el hombre habló a mi madre y dijo: -“Buenas tardes niña Sofía, disculpe por favor mi olor y mi mal aspecto; pero le tengo que decir algo que me duele mucho porque yo también lo siento, vengo de Santa Ana y déjeme decirle que su…”-, en ese momento los perros empezaron a ladrar, me asusté y giré la mirada a los animales, estaban ladrándole a la entrada a la finca, atravesé el jardín desde donde se miraba la entrada; pero los animales no se a que le ladraban, en ese mismo momento dejaron de ladrar y comenzaron a chillar como si alguien los hubiera regañado, me acerqué al camino que iba a la entrada y no comprendía lo que pasaba, los perros estaban sentados gimiendo mientras miraban fijamente el portón, le gemían al vacío. En el momento en que iba a ir a asustar a los perros, un grito me espantó, era mi madre.

Corrí a la ventana, y ví a mi madre de rodillas llorando y gritando desconsolada, con la mirada perdida, el rostro cubierto de lagrimas en su totalidad, mi abuela la trataba de hacer entrar en si, mi abuela le gritaba, poco recuerdo lo que dijeron ese día, era algo como: -“¡Sofía, reaccioná hija, mirame, mirame!”-, mi madre solo lloraba, entre alaridos repetía: -“¡Este era su día de descanso!, ¡ ¡era su día de descanso!, ¡estoy sola mamá, ESTOY SOLA EN ESTE MUNDO MALDITO!”-, inmediatamente entraron a la casa mis tres tías, mi abuela les dijo: -“Miren hijas díganle a don José que por favor nos lleve en el camión a Santa Ana de urgencia tenemos que ir a…”-, en ese momento el llanto ensordecedor de mi mamá no me dejaba oír, me tuve que mover de la ventana hacia la puerta que daba del corredor a la sala de la casa, iba a prisa corriendo que no ví a la gente que trabajaba en la finca alrededor mío, corrí hasta que me detuve frente a la cortina que dividía el pasillo de la sala de la casa, del otro lado estaba mi madre llorando a todo pulmón, con mi mano derecha aparté la cortina, en ese momento mi tía Bea apareció frente a mi, me abrazó fuertemente, su intención supongo era que no viera lo que sucedía, repitió estas palabras: -“Vente Silvita, ahorita tu mamá no puede jugar contigo, vamos a ver a tu hermanito, ese cipote se puede golpear por intentar aprender a correr”-, pero mi tía no sabía que esa imagen de mi madre ya había quedado grabada en mi mente para siempre, solo le pregunté: -“¿Tía Bea, donde está mi papi?”-, mi tía solo me apretó mas fuerte y dió un gran suspiro el cual estremeció todo mi cuerpo, mi tía tenía solo dieciséis años y yo cinco años apenas; pero a esos cortos cinco años me di cuenta de la manera mas dura que no volvería a ver a mi papá.

No recuerdo mucho de esos días, las horas eran instantes borrosos formados por suspiros llamados minutos y lamentos en silencio llamados segundos, yo tenía imágenes en mi cabeza que no podía desaparecer, quería gritar, quería correr, quería alejarme, quería sacarme ese dolor que sentía en mi pecho, quería correr hacia mi madre la persona a la que amaba más; pero ella no estaba para mi, ella me cerró la puerta, y su corazón de igual manera. No recuerdo muy bien el día del entierro de mi papá, recuerdo a la gente vestida negro, en aquellos tiempos de guerra solo me recuerda un ejercito de gente de negro rodeándonos, recuerdo a mi mamá tomando mi mano mientras mi tía Bea, la más pequeña de mis tías sostenía en brazos a mi hermano Fer, parecía ser que mi mamá no tenía energías para sostener a su hijo, no había comido mucho porque su cara estaba pálida, una mujer morena tan hermosa parecía una muerta en vida, creo que esa es la mejor manera de describirla.

No recuerdo el ataúd de mi papá bajando; pero si recuerdo el llanto de la gente alrededor, no recuerdo sus caras; pero recuerdo sus cánticos que se entonaban como una sola voz, no recuerdo haber visto llorar a mi madre ese día; pero recuerdo la cara de mi abuela viéndola fijamente, ella también se inquietó al ver la imagen inmutable y temible de mi madre. Recuerdo que cuando llegamos a la finca, estaba mucha gente sentada en las bancas, en los tablones, en las piedras del patio o donde sea, no recuerdo haberlas saludado; pero todas esas personas me veían como un animal raro con sus miradas tristes y lastimeras, pasaban frente a mi y se persignaban como si yo trajera mal agüero, no recuerdo haber comido mas que un tamal y un vasito de chocolate; pero recuerdo ese olor, ese olor a pan dulce con café entremezclado, ese día por curiosidad probé el amargo sabor del café como amargo era mi futuro cercano.
No recuerdo muchas cosas, pero recuerdo esa noche claramente porque aun me quita la respiración lo que ví.

Eran las 9:30 pm, mi abuela y mi mamá empezaron a despedir a la gente, todos se iban; pero no se llevaron ese olor dulce amargo y nauseabundo que solo me sabe a muerte, yo no me sentía bien y me fui a ver a Fer que estaba siendo dormido por mi mamá, el apenas tenía dos años acabaditos de cumplir, mi madre lo acariciaba mientras le cantaba con su dulce voz:

“Arrurú mi niño, arrurú me ya
Duérmase mi niño duérmaseme ya
Duérmase mi niño cabeza de ayote
Que si no te dormís…
…Te come el coyote”


Yo estaba afuera del cuarto viendo a mi madre con el cariño que doblaba las cobijas de mi hermano, lo dejó plácidamente dormido, besó su frente y le susurró al oído algo que no escuché, después de eso mi mamá arregló toda la ropa de mi hermano, la puso en un pequeño ropero de tal manera que dejó el cuarto de mi hermano y mío completamente ordenado, se dirigió hacia a mi, me abrazó muy fuerte y besó mi frente mientras me decía: -“Mi niña, tienes los ojos de tu papi, buenas noches”-. Escuché a mi abuela decirle a mi mamá: -“Hija, vos sabes que nos tenés a todos nosotros para ayudarte, y esos dos niños pequeños te necesitan, aquí nos tenés para lo que sea, asi que por hoy tratá de dormir que mañana tenés que arreglar muchas cosas asi que andá a dormirte ya”-, mi madre solo contestó viendo a los ojos a mi abuela: -“Yo se mamá que toda mi familia estará para mis hijos siempre”-, mis tías rodearon a mi madre y le dieron un gran abrazo, yo veía como siempre desde lejos, en ese momento volví a sonreir desde ya hace muchos días, así que me fui a mi cuarto a ponerme mi pijama, antes de dormirme dediqué una pequeña oración, las cosas que dije ese día no las recuerdo o tal vez no quiero recordarlas.

Era la 1:15 am, mi tía Lucila en la penumbra del pasillo se levantó al baño; pero la puerta estaba cerrada con llave, la luz estaba encendida y nadie contestaba, mi tía tocó la puerta mientras preguntaba: -“Hey necesito entrar, me estoy orinando, apúrese quien sea que esté ahí, si sos vos Mariela apurate, si sos vos Bea no se porque no te fuiste al otro baño al que está junto al cuarto de la Sofía…¿Sofía?, ¿Sofía sos vos la que está ahí?, ¡Sofía!, ¡Sofía!”-, la cara de mi tía dibujó una cara de espanto, su garganta se secó, sus pupilas se dilataron cuando vió el espejo frente a ella, era la imagen de mi mamá al menos así dice ella, parada detrás suyo, cuando mi tía giró su cabeza ya no estaba mi mamá, ahí supuso que algo no estaba bien, miró sus pies y vió un liquido oscuro que salí de debajo de la puerta. Con un grito en medio de un llanto exclamó por ayuda: -“¡¡¡Mamá!!!, ¡¡Mamá!!, ¡¡bichas despierten por favor despierten!!, ¡Sofía está encerrada en el baño y no responde!”-, a la voz de alerta acudieron inmediatamente todas y mi abuela agarró el manojo de llaves de mi abuelo, rodearon la puerta mientras mi abuela probaba las llaves mis tías gritaban y gritaban el nombre de mi madre una y otra vez; pero ella no contestaba, por fin abrieron la puerta…

…y ninguna de ellas daba crédito a lo que miraron, solo hubo silencio, un profundo y sombrío silencio, la escena era espantosa…

Mis tías y mi abuela se arrodillaron mientras hacían la señal de la cruz, como mujeres religiosas era el ultimo recurso para tratar de mantener la cordura, cada una agarró sus crucifijos mientras comenzaron a llorar, mi abuela le dijo a sus hijas -“Hijas mías, esto me parte el corazón, jamás pensé ver esto”-.

Mi madre casi sentada en una esquina del baño, desnuda, con la mirada en blanco, espuma en gran cantidad salía de su boca alrededor de un charco de café mezclado con sangre. A su alrededor habían pastillas de muchos tipos, una taza de café quebrada en el piso y un pedazo de vidrio de la taza lleno de sangre. Ella tenía unas marcas en sus brazos que sangraban mucho, no parecía que hubiera querido cortarse las venas, parecía como si hubiera querido sacárselas de tajo; pero en su brazo izquierdo se había escrito unas letras, mi abuela las leyó: -“F S S F, mi hijita, ¿porque lo hiciste?”-, después de eso comenzó a llorar y mientras lo hacía, le dijo a mi tía Bea, -‘“Por favor Beatriz, agarrá las llaves y andate a la casa de don José, pero corriendo y le decís que es una emergencia, tu hermana aun respira, hay que tratar de llevarla al hospital”-, mi tía en medio de su llanto se levantó, salió del cuarto y al levantar la mirada, vio algo que casi hace que se desmaye, lo se muy bien, porque era yo lo que ella vio, yo estaba afuera del baño viéndolo todo, esa mirada perdida de mi madre, cuando iba de regreso a mi cuarto ya no me pude mover del pánico que sentía, entonces mi tía me tomó, me abrazó, ella estaba helada, jadeaba y temblaba mucho, yo la iba a abrazar también; pero en ese momento me levantó y corrió a encerrarme a mi cuarto, solo la escuché correr por todo el pasillo hacia afuera de la casa, mientras lloraba desconsoladamente. Mis tías sacaron a mi madre del baño envuelta en una cobija, mi abuela había limpiado y aplicado torniquetes a sus heridas, aun respiraba débilmente, cuando la subieron al viejo camión ya iba vomitando mucha sangre, parecía como si se estuviera derritiendo, la casa expedía un olor escalofriante, entre sangre y medicinas, ese olor entraba hasta mi cuarto, al día siguiente no me dejaron salir del cuarto porque los trabajadores lavaban el piso, puedes quitar las manchas y el olor de un lugar; pero tus sentidos quedan marcados, es algo que jamás olvidas, ese fue el ultimo día que vi a mi madre con vida, con ella se fue mi infancia, después de eso ya nada fue lo mismo para mi.

Antes que me preguntes te lo diré, eran las siglas de la familia: “Fernando Sofía Sivia Fernando” el nombre de tu tío y tu abuelo, el nombre mío y el de tu abuela, fue un homenaje a nuestra familia. A pesar de todo yo continué con mi vida, pude dejarme vencer, me pude pasar la vida quejándome porque mis padres me abandonaron, pude arruinar mi vida al sentirme sola y con miedo; pero no lo hice, simplemente seguí viviendo, solo por vivir esperando que algún día encontrara una razón que me diera luz, formé una familia y naciste tu, hijo mío. No puedo decirte que creo del todo en Dios, ya me era difícil a pesar de lo que me dijeran yo simplemente no podía creer; pero a veces rezo por ti, por tu padre, por tus hermanos y por el descanso de mis padres, me es tan difícil y esta vida me ha golpeado tanto, espero que se hayan encontrado en algún lugar, ellos siempre fueron solo ellos dos, siempre ellos por siempre ellos.

Y ahí quedó, esa mujer la cual ya duerme exhausta con su hijo arropándola, él sale del cuarto, se limpia las lagrimas pues no quiere que si su mamá despierta lo vea siquiera derramar una lagrima. Ahora ella entre grandes suspiros se mueve de un lado a otro de la cama, ella se sienta en la cama, mira a la derecha la ventana con el sol ocultandose entre los techos de las casas, mira a la izquierda su reloj despertador que marca las 6:00 pm, mira debajo de su sabana y se da cuenta que aun anda puesta la ropa de ayer, es cuando mira hacia arriba diciendo en vos alta: -“¿Dios, que pasó ayer?”-.

PD: Esta historia está basada en hechos de la vida real

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