jueves, 6 de diciembre de 2007

Cuatro Caminos

Camino 2. Este

Porque ya no hay más vida para los que se rinden antes que la muerte venga por ellos

Es diciembre, el que trae los atardeceres nostálgicos y esa brisa que entumece con la cual los espíritus que rondan la tierra se acercan más al pasado que dejaron al despedirse del mundo, de sus seres queridos, simplemente ya no se aferraron a la vida.

El viento sopla acariciando las bronceadas montañas, levantando el polvo, las hojas y los malos augurios. En la campiña salvadoreña se despejaba el cielo y solo se escuchaba el murmullo de los matorrales secos por el sol que ahora eran refrescados por la noche plena, solo se escuchaba el murmullo…y a lo lejos, gritos resonantes.

Era una noche estrellada cerca de las 10:00pm. de 1956, cuando Dora después de una fuerte pelea que para su suerte la dejó bien librada tuvo que abandonar su humilde casa de la campiña de Chalatenango cerca de Arcatao. Todo había salido bien, esta vez no estaba llena de moretones y golpes de su actual pareja, así que pudo irse de su casa con lo único valioso que aun poseía, su hijo más pequeño que apenas alcanzaba los cinco años.

La brisa arremolinaba las ramas de los árboles como lo hacía con el cabello de Dora, ella trataba de caminar con sus maltratadas sandalias en la polvorienta vereda al mismo tiempo que tomaba de la mano de su hijo que a tropezones le seguía la marcha. Juntos cruzaron los extensos matorrales, sembradíos y terrenos pedregosos rústicamente delimitados hasta llegar al ultimo punto que los alejaría de esos lamentables incidentes.

Dora sabía que había llegado a la mitad del trayecto a casa de su madre, al menos podrían dormir tranquilos unos cuantos días mientras pensaban como continuar. Ahí estaban ellos dos frente al punto más difícil, cruzar el río.

El río Sumpul fronterizo con Honduras se vuelve un río muy peligroso en ciertos tramos debido a su gran caudal, la época del año era la correcta para la abundante agua que alimentaba las siembras de maíz y fríjol de esta zona, pero desafortunadamente se convertía en un paisaje nada alentador para nuestra pareja.

Después de quedarse sin aire al ver como se reflejaba la luz de la luna en el río, aspiró profundamente, tomó a su hijo en brazos y se introdujo en el agua.

Lo que más preocupaba a Dora no era la profundidad, había cruzado muchas veces aunque ninguna ocasión se compara a esta, lo difícil de considerar eran las corrientes y la oscuridad latente; al menos eso pensó hasta que vió algo que le erizó la piel, enfrió su sangre y le cortó la respiración.

Al otro lado del río había una silueta tenebrosa que se mantenía. Parecía ser un hombre alto y muy corpulento montado en su caballo, como aguardando, como vigilando, parecía que la observaba desde la otra orilla mientras fumaba un puro, al menos eso es lo que ella suponía que podría explicar el humo que emanaba de su cabeza y ese olor, ese olor tan desagradable. El miedo que recorría a Dora se hacía más intenso cada segundo, solo podía pensar: ¿De donde apareció ese hombre? ¿Cómo llegó allí?, hace 3 minutos no estaba y no escuché ningún sonido de cascos, mas en este tierrero de piedras sueltas he visto a muchos burros y caballos pasar por aquí y se pueden adivinar el número de animales por el ruido que hacen.

Pero ya era tarde no podía regresarse, estaba en medio del río, volverse significaría arriesgarse a sufrir una paliza o un encuentro con cuatreros; pero continuar no era buena alternativa tampoco, el olor se hacía más fuerte a cada paso y la corriente empezaba a mostrar su inquietud.

Su hijo con los ojos entre cerrados se percató que su madre lo llevaba cargado en sus brazos, giró el cuello y vió el cabello de su madre; entonces preguntó: -¿Mama que es ese olor?- . A lo que su madre contestó: -No es nada, ha de ser en el rancho de Don Pablo que están cociendo algo, dormite ya, que ya vamos a llegar a donde tu abuela-. Pero la inquietud del infante le hizo preguntar: -Mama, ¿Quién es ese señor?- . A lo que su madre respondió: -Es Don Pedro que de seguro viene vigiar su terreno y le agarró la noche-. Para el niño que se sujetaba fuerte al hombro de su madre mientras ésta hacía lo posible por no ser arrastrada le pareció suficiente explicación para permanecer tranquilo y expectante; pero no dormido del todo.

El corazón le latía más fuerte como si se le fuera salir del pecho y el aire extrañamente se enrarecía con ese olor inundando la superficie del agua, con cada paso que daba ella se daba cuenta que estaba al borde del colapso,…ese hombre olía a azufre.

No supo si fue la peste que se esparcía o las ganas de gritar la que le inclinaron a empezar a llorar, pero lo hizo, impulsada por el pánico que le invadió al ver ese humo espeso que salía de la otra orilla y los ojos del hombre que la observaban con gran tino aun en la espesa noche, esos ojos no se apartaban de ella, esos ojos de rojo centellante que retaban al brillo de la luna.

Y ya estaba cerca de la orilla cuando el nivel de la corriente empezó a bajar, el caballo dio unos pasos hacia el río intentando acercarse a Dora, lo que provocó que ella se frenara con el agua a la altura de la mitad de las espinillas. Y el hombre misterioso se acercaba más y más. Cuando Dora lo tuvo a menos de 3 metros notó lo más espantoso, el hombre estiró el brazo para queriendo tomarla, la cara de Dora se llenó de terror a pesar de tener tan cerca de ese hombre no podía verle la cara, había demasiada oscuridad y no me refiero a la noche, era una oscuridad que salía del jinete.

Estaba a punto de gritar y entonces.

La mano del hombre le quedó frente a sus ojos, y vió directo a sus incandescentes ojos.

Un grito salió de ella: -Ahhhhh llevame, pero solo a mi!!!-

Pero las palabras jamás salieron de su boca, en un segundo el hombre se había echado hacia atrás, como si él hubiera visto algo más atemorizante, el caballo se alteró mucho y relinchó mientras se detenía en sus patas traseras. Dora vió venir lo peor, muerta atacada por un caballo. Solo abrazó con todas sus fuerzas a su hijo y se entregó a su destino.

El hombre retrocedió, se dio la vuelta y subió la cuesta del río a toda velocidad, una velocidad impensable para cualquier terrateniente experto en medio de ese terreno tan pedregoso el caballo parecía como si moliera la roca con cada zancada.

Dora no sabía como reaccionar, la alegría y el alivio no le cabía en el cuerpo, ya estaba demasiado cansada, solo podía pensar en seguir con su travesía.

Mientras subía la empinada cuesta que llevaba al río su mente estaba al borde de un colapso, mientras trataba de calmarse abrazaba a su hijo. Cuando sucedió lo impensable, esta vez podía escuchar el sonido de unos cascos que se acercaban hacia ella, vió hacia atrás y sus pupilas se dilataron al ver con terror que el jinete se aproximaba a toda velocidad. Pero ya no quiso correr ni gritar solo se quedó parada en medio de la vereda, no podía moverse con su niño en brazos y sus sandalias humedecidas, espero a tener al hombre frente a ella mientras el olor azufrado se hacía más fuerte.

El jinete quedó frente a ella y la brisa dejó de soplar, solo había silencio, como si él reinara sobre esa lúgubre quietud. Miró a la mujer y el puro que fumaba se puso al rojo vivo mientras chispas caían a su alrededor, Dora entre el brillo de las chispas y de la luna pudo descifrar una sonrisa en la cara del hombre, una horripilante sonrisa se dibujó en su cara. El jinete siguió se apartó de la presencia de Dora inmediatamente, y emprendió la subida por el cerro precipitadamente, cuando ella terminó de subir el cerro pensó que él la estaba esperando; pero no ocurrió, así como apareció así se desvaneció como si la brisa que comenzó a soplar de nuevo se lo hubiera llevado.

Una hora después Dora por fin llegó donde su madre, no podía hablar, solo hizo señas para que le quitaran a su hijo de sus brazos y lo recostaran, ella estaba entumecida. A la mañana siguiente su hijo se levantó temprano y se fue buscar a unos primos para jugar, su abuela en cambio se quedó cuidando a Dora ya que estaba prendida en fiebre y casi no hablaba, cuatro días después se recuperó por completo y contó la historia a su madre. La manera en que comenzó la historia empalideció la cara de la anciana: -¡Mamá no le miento, ese cipote me salvó, me le escapé al diablo!-.

1 comentario:

Anónimo dijo...

uyyy el diablo.!. pues solamente felicitarte por las historias que has estado poniendo ayer y ahora.. como te decia.. alguien que odia leer le gustan tus escritos.. take care!!!